Pero ¿se puede perder realmente el deseo?
La pérdida o disminución del deseo se caracteriza porque se concreta casi siempre en un desinterés sexual hacia el otro miembro de la pareja. Lo interesante aquí es que quien sufre el trastorno a menudo sigue teniendo pulsiones sexuales, e incluso capacidad orgásmica, expresables por ejemplo en fantasías/ensoñaciones sexuales o incluso masturbación. Los casos extremos de rechazo a cualquier acercamiento sexual, sin fantasías sexuales ni masturbación, no desmienten este enunciado: la mayoría se explican porque la persona afectada entra en un particular proceso inconsciente de autocondicionamiento, en el que prefiere en cierto modo inhibirse aún más y convertirse en un ser casi asexual y asexuado, que tener que afrontar sentimientos de culpabilidad o tener que complacer sexualmente a la pareja.
El trastorno, pues, no entraña casi nunca una verdadera pérdida de libido o impulso sexual, por más que la persona llegue a aparentarlo tras el mencionado proceso de autocondicionamiento, nada raro por cierto. Es decir, pérdida de deseo no equivale a ausencia total de deseo. Dado que la pulsión sexual autónoma permanece siempre intacta -a menudo la capacidad y frecuencia masturbatoria y orgásmica es la misma que en parejas sexualmente satisfechas-, en la mayoría de casos el problema se ciñe exclusivamente a la interacción sexual con la pareja.
Se ha comparado a mujeres casadas que sufrían de deseo sexual hipoactivo, con mujeres casadas que tenían una vida sexual satisfactoria, y se vio que si bien las primeras fantaseaban menos durante el juego previo, la masturbación, el coito o las ensoñaciones diurnas, y tenían menos orgasmos en la cópula, en cambio se masturbaban con la misma frecuencia y obtenían orgasmos mediante automanipulación con la misma facilidad. Es decir, que las mujeres con un supuesto bajo deseo sexual, en promedio se masturbaban y eran orgásmicas durante las actividades autoeróticas tanto como cualquier otra, lo cual era un dato muy importante, dado que la masturbación es un fiel indicador de los niveles de tensión sexual autónomos de la mujer (aquellos en los que no interviene el varón). Que esta tensión se mantenga al mismo ritmo de frecuencia y logro orgásmico en ambos tipos de mujeres, significa que no existe de hecho una disminución del interés sexual en general, sino del interés por relacionarse sexualmente con la pareja. Es un error, por tanto, señalar a la persona afectada juzgándola como poco voluptuosa o poco sexual.
Primeras causas y primeras líneas de actuación.
De entrada resulta difícil catalogarlas, pues algunas consecuencias de las primeras causas se convierten a su vez en nuevos factores que agudizan el trastorno. Pese a ello intentaremos definir tres grandes grupos: las causas claramente orgánicas, las causas psicológico-personales-circunstanciales, y las causas conyugales, de hecho tratables también en el ámbito psicológico.
Causas orgánicas o físicas.
Las causas físicas no son las mayoritarias. Está claro que una primera línea de actuación pasa por el recurso a la Medicina, como un chequeo de salud general o específica. Diversas enfermedades (diabetes, infarto, hipertensión, hipercolesterolemia, depresión, artritis, osteoporosis, infección vaginal, etc.), pero también trastornos como la falta de sueño, o un cansancio crónico o reiterado, pueden estar detrás, por lo que hay que aprender a respetar las otras necesidades básicas aparte del sexo, rompiendo cuando haga falta las rutinas que se hayan instalado (como hacer el amor por la noche al acostarse, cuando el cansancio asoma). Hay que investigar una posible depresión, la cual inevitablemente disminuye o inhibe del todo los niveles de deseo. O un problema de delgadez extrema/obesidad, o bien de anorexia/bulimia, este último con un posible trastorno psicológico asociado. Es frecuente la asociación con un problema de consumo de drogas, como el alcoholismo o ciertos psicofármacos, muchas drogas llegan a interferir de hecho en cualquier parte de la respuesta sexual humana deseo-excitación-orgasmo. Ciertos anticonceptivos hormonales, en raras ocasiones, pueden provocar este efecto secundario. Es también frecuente un perfil hormonal desajustado, especialmente referido a los andrógenos: la testosterona es necesaria para mantener el deseo, tanto en el hombre como en la mujer. También están los cambios hormonales que se sufren antes de la menstruación (síndrome premenstrual), o durante la lactancia materna, o durante el climaterio, periodo que empieza con la última menstruación (conocido como menopausia) y que se acompaña de un descenso de estrógenos; esto puede provocar no tanto una mengua del deseo como una menor lubricación vaginal, y como consecuencia molestias o dolor durante el coito, que llevan a evitar el sexo e inhibir el deseo. Cada tipo de problema requerirá la oportuna línea de terapia o medicación.
Causas personales-circunstanciales.
Aquí hay que hacer un inciso: el estrés y la ansiedad -que también pudieran considerarse causas de orden físico- son probablemente los mayores desencadenantes de inapetencia sexual y los grandes enemigos del proceso deseo-excitación-consumación sexuales. Quizá en personas muy jóvenes, en cierto modo habituadas -o impulsadas por la efervescencia de sus cambios hormonales- a un estilo de vida y de sexo precipitados o frenéticos, no les afecte tanto, pero un sexo de calidad necesita relajación, tanto de la psique como del cuerpo, por más que esto pueda parecer paradójico o contradictorio si pensamos en una fase como la de la excitación.
Este tipo de causas pueden originar a su vez problemas conyugales, por lo que habrá que aislarlas de éstos e identificarlas. Puede ser un problema económico, laboral, personal, familiar, etc., o la dedicación a los hijos o a un familiar, que absorbe todas las energías y deja muy pocas para la intimidad. Aquí hallamos también causas como una diferencia de edad importante, por ejemplo un hombre mayor que la mujer que evita el coito por el temor a una caída de su respuesta y rendimiento sexuales. O una inseguridad por desconocimiento del propio cuerpo y del autoerotismo, o de la sexualidad del otro género, a su vez debido quizá a una educación represiva o inadecuada en el pasado (entorno familiar disfuncional). O bien hallamos miedos, prejuicios, actitudes, emociones o habilidades inadecuados ante la propia vivencia de lo sexual. O problemas como la anorgasmia (ausencia de orgasmo en la mujer) o el vaginismo, o ciertos casos de disfunción eréctil y de eyaculación precoz, aparentemente causas orgánicas, pero que pueden tener un trasfondo psicológico y, por tanto, hay que tratar también aparte. O bien la influencia larvada de un acontecimiento traumático sexual (abuso) o emocional (abandono, etc.), que puede provenir de la infancia o adolescencia, o ser más reciente, como un desengaño amoroso o una violación. Estas causas pueden aparecer tanto con la pareja estable como con terceras personas o nuevas parejas, y no sólo hay que buscar la forma en que afecte menos a la convivencia con la pareja, sino interesarse por el problema que afecta a esa persona, ponerse en su lugar y ayudarle a solucionarlo, si es necesario pidiendo ayuda externa.