El enfoque fisiológico. Cuánto deseo sexual consumimos.
En la fisiología del deseo sexual vemos que constituye un proceso complejo, en el que intervienen básicamente tres componentes: el cerebro, como motor; ciertas hormonas, en especial la testosterona; y los intereses, motivaciones o desencadenantes cognitivos de cada persona.
Centrándonos en el primero de ellos, descubrimos que los centros cerebrales que lo desencadenan son los mismos que se activan al consumir cualquier droga. Se deduce por tanto que, al menos fisiológicamente, el grado de deseo sexual depende de su "consumo", es decir a más relaciones sexuales satisfactorias, incluida la masturbación, mayor deseo. Vemos también que el deseo actúa antes que la excitación, y que se desencadena al querer algo, soñarlo, iniciarlo, recibirlo o pensarlo; por tanto, cuantos más momentos del día dedicados a fantasías o ensoñaciones eróticas -los factores cognitivos-, o cuanto más interactuemos con la pareja a nivel sensual, táctil o afectivo, mayor será la predisposición cerebral para el despliegue del deseo y la práctica sexual. De forma inversa, cuando la interacción personal es difícil, o no se está en contacto con los propios sueños o fantasías, ni se muestra iniciativa erótica, o la forma de pensar es obsesiva, el fantasma de su disminución asoma.
El segundo componente implicado en la génesis del deseo sexual es la hormona testosterona, la cual pertenece al grupo de los andrógenos. La producen los testículos, ovarios y glándulas suprarrenales. Está presente en ambos sexos, pero el cuerpo de la mujer es significativamente más sensible a pequeños cambios en su nivel. Otro grupo de hormonas, los estrógenos, ejercen un contrarresto sobre el efecto de los andrógenos, de forma que, sobre todo en la mujer, cuando los niveles de estrógenos disminuyen -por ejemplo después de la ovulación, pero también en la menopausia-, se puede experimentar un incremento del deseo sexual. Sin embargo, esta mayor sensibilidad a la fluctuación de la testosterona constituye un argumento fisiológico que, sumado al psicológico-cultural, explicaría la preponderancia del trastorno de deseo sexual inhibido en las mujeres.
Hasta que aparece el problema…
Que recibe el nombre de disminución o pérdida del deseo sexual, o trastorno del deseo sexual hipoactivo, o del deseo sexual inhibido. Es el problema más referido en las consultas de terapia sexual, y uno de los principales motivos de separación conyugal. Se cree que afecta al 15% de hombres y al 35% de mujeres. A veces se lo ha denominado ausencia de deseo, pero esto no es lo mismo que pérdida. Ausencia significa que no se tiene o no se ha tenido nunca deseo sexual; es el caso de algunas personas, sobre todo mujeres, cuyos cuerpos no producen suficiente testosterona, lo que puede sucederles desde siempre -por un problema en ovarios, glándula pituitaria o tiroides-, de forma permanente tras haberse sometido a una intervención quirúrgica importante en su aparato reproductor, o bien de forma natural en alguna etapa de su vida. Pérdida implica que se ha experimentado deseo, pero que algo ha cambiado para provocar esta disminución, ya sea progresiva o brusca.
Tampoco es cierto que, aunque a la persona se lo parezca, exista ahí siempre un verdadero trastorno de pérdida del deseo: es habitual que una persona se compare con sus amistades y llegue a considerarse inadecuada por percibirse menos sexual o con menos deseos sexuales, cuando si se detiene a analizarlo -en base a sus propios niveles de satisfacción o de felicidad personales- en realidad no le ocurre nada malo en este ámbito.
No es difícil hallar definiciones del fenómeno en sí, por desgracia nunca muy completas dado el estado actual de la investigación, pero en general coinciden en describir una serie de síntomas persistentes o recurrentes, como escasa motivación hacia actividades eróticas, poca capacidad para excitarse en situaciones sexuales, o el evitar directamente tales situaciones -aunque a veces la persona afectada se obliga a mantener sexo sólo para complacer a la pareja-; todas las definiciones coinciden en que esta hipoactividad genera insatisfacción e infelicidad en la vida de las personas afectadas. Hay casos extremos, en que se evita en general todo contacto erótico y genital con cualquier persona del sexo opuesto, y no hay hábito masturbatorio ni fantasías sexuales; la psiquiatría tiene un nombre para esto (y lo tiene para un montón de fenómenos más), que es trastorno de aversión sexual.
Pese a que se han definido causas más concretas, que se verán más adelante, lo expuesto en los primeros párrafos viene a ser una especie de gran causalidad, un marco cultural que engloba inevitablemente a la mayoría de causas particulares. Por lo que podemos aún resumir el trastorno en tales términos: muchas personas ya no funcionan tanto por el deseo sexual en sí, sino por el deseo del deseo sexual, por el intento de adaptarse a ese ideal social -ésta sería pues la motivación que prevalece-, por el 'se supone que'. Y esta percepción condicionada explica conductas, actitudes y despropósitos como los siguientes:
· Que una persona llegue a creer que su deseo sexual no es normal, no en referencia a la realidad de su vida relacional, sino porque le parece que sus amistades lo experimentan con mayor intensidad o satisfacción.
· Que lo que desean hombres y mujeres a menudo sea tan diferente, difícil de conciliar y conduzca a frustraciones, sobre todo porque esperan experimentarlo de un modo concreto, o en el mismo momento, por ejemplo ellos más sexo or.al o coital, y ellas más juego previo o estímulo clitorial.
· Que todavía muchas mujeres, incluso con un nivel laboral y sociocultural alto, tengan una orientación de placer pasivo, desconozcan las respuestas eróticas de su propio cuerpo y su clítoris, o se incomoden con la masturbación, y esperen que el hombre las excite ('se supone que él ya sabrá').
· Que se den muchas relaciones de pareja insanas -con sus luchas de poder, sensaciones de no ser respetado ni escuchado por el cónyuge, y más tarde rencores e ira- porque, en sus inicios, la manera de ver a la otra persona se regía no por el entendimiento mútuo sino por el deseo sexual, guiado éste a su vez por la idealización. Al descender el interés sexual, esta falta de deseo es utilizada frecuentemente por la persona que se siente menos poderosa, como arma para intentar imponerse sobre la otra. Es un error, pues el sexo no es lo único que permite construir lo que ahí falta, que es intimidad emocional.
· Que el efecto placebo (autosugestión) funcione en problemas de deseo sexual. Un experimento monitoreó a mujeres que se quejaban de falta de deseo y de excitación, haciéndoles ver un film erótico, tras lo cual se les mintió asegurándoles que durante el visionado se había registrado un aumento del flujo sanguíneo en sus vaginas. Pruebas posteriores revelaron que su flujo sanguíneo se igualó al de mujeres sin estos problemas, y que su respuesta sexual mejoró.